Res no és mesquí ni cap hora és isarda
(Retazos de unos años)

Una de las cosas que más me admiraban de Wulf era su empeño en tomar siempre el camino más abrupto para culminar una cima. Durante los años que pasé como estudiante de doctorado en filosofía en la Universidad de Freiburg im Breisgau (1986- 1989) tuve el privilegio de pasear y hablar con él de modo prácticamente ininterrumpido. Ya en las primeras salidas a la Schwarzwald, Wulf tenía por costumbre interrogarme acerca de los nombres en español de los diferentes árboles y pájaros que nos encontrábamos, pero ante mi escasez de conocimientos de botánica y ornitología, acababa diciendo, con su cariño habitual: “para los españoles un árbol es un árbol y un pájaro un pájaro”. Tuve oportunidad de volver sobre ese comentario de Wulf, cuando la escritora Carmen Martín Gaite, tras una conferencia, nos contó en Barcelona una anécdota: en sus paseos por Castilla, en una ocasión le preguntó a un campesino acerca del tiempo que hacía en el lugar, a lo que éste respondió: “aquí cuando calor, calor; cuando frío, frío”. He pensado muchas veces en esa áspera metafísica ibérica asentada sobre el principio de identidad. Lo cierto es que, con motivo de la desaparición de Wulf, no puedo evitar llevarme por una cierta nostalgia, que sólo me permito debido a lo mucho de bueno que deja en mí y que, ahora, quisiera compartir con otros amigos que, sin duda, estuvieron más cerca de él.

Conocí a Wulf a las pocas semanas de llegar a Freiburg, gracias al contacto de un amigo alemán residente por entonces en Barcelona. Recuerdo las grandes zancadas con las que se me acercó por el corredor de la planta baja del KG I: me saludó como quien se ha tomado contigo una cerveza la noche anterior, sin mayores preámbulos ni etiquetas, haciendo que, de inmediato, pasaras a ocupar un lugar en su vida y en su tiempo. Ese aspecto familiar de Wulf, que te envolvía y abrazaba, contribuyó en mucho a la felicidad que sentí durante mis años alemanes. La mezcla de amor por el saber y amor por la vida: su disfrute, el gozo por hacer converger los difíciles conceptos de la ciencia especulativa con los momentos significativos de la existencia; la velocidad para trasladarse desde la lingüística a las cuestiones culinarias con la misma intensidad, todo ello hacían que encontrarse con Wulf fuera una verdadera celebración. Y por esa razón, creo que se podría decir de él aquello reservado a Meister Eckhart: también él era lesmeister und lebmeister.

Yo no era romanista, pero en las frecuentes veladas en la cabaña de Falkau, Wulf me hablaba de lingüística como si yo pudiera entender todo aquello. Tras las largas caminatas y el estudio llegaban los asuntos de la cocina. Él ponía en mis manos mediterráneas todo cuanto por la mañana había comprado en el mercado: verduras, filetes de buey, aceite de oliva y vino. Un día nos sentamos a cenar a las siete de la tarde: en primer lugar, siempre dejaba que yo me desahogara con los inevitables quebraderos de cabeza de mi tesis doctoral: los últimos hallazgos de textos de filosofía medieval, las dificultades para situarlos y leerlos correctamente, etc… y, después, lentamente, mientras seguíamos comiendo, me introducía en la escucha de algunos cassettes de conferencias, creo recordar, de su admirado Coseriu. En un momento dado miré el reloj y le dije: “Pero Wulf, son las siete de la mañana”, a lo que contestó sin inmutarse: “Na Gut…” y se levantó a hacer café.

Su amor por el uso de la palabra justa nos llevaba a discutir sobre el problema de la traducción; por ejemplo, cómo verter al castellano unos versos de Rilke que me gustaban mucho:

“Sei allem Abschied voran, als wäre er hinter
dir, wie der Winter, der eben geht.
Denn unter Wintern ist einer so endlos Winter, dass, überwinternd, dein Herz überhaupt übersteht”
(Die Sonette an Orpheus 2, XIII)

La cuestión era cómo traducir, de forma satisfactoria, überwinternd. O también unos versos del poeta catalán Joan Salvat-Papasseit, al que el cantautor Joan-Manuel Serrat puso una música muy bella y que empiezan así: “Res no és mesquí ni cap hora és isarda”. Aquí la discusión recaía sobre el adjetivo isarda. Para Wulf nada de todo esto suponía un problema, pues su competencia lingüística era muy potente y se abría a posibilidades nunca apercibidas anteriormente. Cuando finalmente terminé de escribir mi disertación doctoral, Wulf pasó muchas horas conmigo en el ático que yo tenía entonces en el Barrio Gótico de Barcelona, ayudándome a traducir al alemán pasajes difíciles del catalán medieval de Ramon Llull. Su generosidad y entrega todavía hoy me conmueven. No fue profesor mío, no estábamos en el mismo departamento, ni teníamos las mismas disciplinas ni líneas de investigación, pero sin él mi carrera académica habría sido otra. He continuado viendo a Wulf en los meses de septiembre y lo veo avanzar sobre mí como un bosque que te abraza amablemente: “primavera d’hivern, primavera d’estiu”. Por eso le quiero dedicar aquí aquellos versos con los que empezaba estas líneas, pues nada en él era mezquino, ni en él había hora que fuera vana o abrupta.

Amador Vega Esquerra
Barcelona, 21 de agosto de 2015

Beitrag von: Lars Schneider

Redaktion: Lars Schneider