La literatura patagónica es una literatura de, en, y más allá de las actuales fronteras nacionales. En su vasta y rica heterogeneidad, emula el antiguo –y cada vez más actual– territorio del Wallmapu que los habitantes originarios dibujaban “de mar a mar”. De un lado, como literatura fundacional de un territorio literario situado, se ve impelida de tratar con la memoria, los paisajes, con los discursos identitarios al uso, con sus estereotipos. Del otro lado, como literatura de la transfrontera, establece productividades epistemológicas y poéticas que hacen colapsar los paradigmas de la modernidad; saca los territorios de sus lugares de confort en los que la deshistorización los acomodó, y los empuja a sus zonas obliteradas, a veces vergonzosas, bárbaras, que revelan los rostros ocultos de vidas y muertes que no resultan funcionales a la tersa ideología del progreso.
La literatura patagónica cruza y desplaza entonces fronteras identitarias a la vez que traza otras divisorias en la medida en que incorpora territorios discursivos de culturas y latitudes muy diferentes. Es, finalmente, una democrática práctica discursiva de inclusión transcultural en que cabe el mundo, esa transfrontera total, de esa geografía que alguien, tal vez por error, llamó Patagonia.