EIDOS – Revista de Filosofía de la Universidad del Norte (Colombia),
convoca a un número enfocado en las relaciones entre filosofía y traducción

Editores externos: Niklas Bornhauser, Cristóbal Durán (Chile)
Editoras internas: Rike Bolte, Henar Lanza (Colombia)

En los últimos años el problema de la traducción ha pasado de ocupar un lugar marginal, en algunos casos éxtimo, a recibir una atención creciente por parte de distintas prácticas literarias, algunas de ellas formalizadas como disciplinas –entre ellas la filosofía, la literatura, el psicoanálisis y la traductología–, otras organizadas como gremios, audiencias, instituciones varias, etc. Las principales razones para dicho desplazamiento son tan diversas como evidentes. La traducción se ha convertido en objeto de discusión y punto de partida para un fecundo debate interdisciplinar cuya polifonía pareciera tributar a la de las lenguas. En efecto, la multiplicidad irreductible de las lenguas ha dejado de ser un obstáculo para el pensamiento y se ha transformado en el punto de partida [Ausgang] de una serie de desarrollos y discusiones que parten precisamente de dicha diversidad como su condición previa. Las diferencias inter e intralingüísticas manifiestas se han traducido, a su vez, en la reconsideración no solo de la traducción strictu sensu, sino en una reformulación de conceptos y problemas emparentados: la propiedad y lo propio, el problema de la mímesis, el estatuto de la extranjería y la extrañeza, el valor de la lengua en la transformación del mundo, las relaciones entre la lengua y la alteridad, entre muchos otros. La capacidad de estos conceptos, aunque no exclusivamente de ellos, de establecer todo tipo de combinaciones y disoluciones contribuye a que el problema de la traducción, más que cerrarse herméticamente sobre sí, colinde con la traslación, la transliteración, el tránsito, entre otros.

Luego del llamado linguistic turn, término acuñado por Bergmann (1953) y popularizado por Rorty (1967) a partir de la revolución filosófica de Wittgenstein, el contexto en el que se formula la pregunta por la traducción se ha reestructurado de manera decisiva, afectando sus presupuestos y alcances. En la medida en que toda discusión sobre la relación entre las lenguas se desarrolla ante el telón de fondo de la necesaria consideración del problema del lenguaje, toda consideración del traducir está sujeta indisociablemente a las respectivas concepciones del lenguaje, de la representación, o de la relación entre lenguaje y pensamiento. Como consecuencia de lo anterior, la reflexión acerca de la traducción no solo ha considerado las grietas que separan las lenguas entre sí, sino que se ha puesto un énfasis cada vez mayor en la reflexión sobre cómo cada lengua en particular y el lenguaje en general se ha ido forjando precisamente a partir de los abismos que se abren en y entre ellos. Se ha agudizado la percepción de la ausencia (o falta) como un principio constitutivo de la representación, de la pérdida y del exceso inherentes a toda traducción, y de los límites internos de la lengua. Así, la reflexión sobre el traducir, lejos de desplegarse como un razonamiento especializado, se ha convertido en el catalizador de una extensa y enrevesada serie de desarrollos contemporáneos –entre cuya diversidad destacan, sin afán de exhaustividad, los trabajos de Chesterman (2002), Lambert (2012) y Wilss (1982, 1999)– que cuentan con la confluencia, a su vez sometida a reflexión, de distintas prácticas discursivas.

Entre las distintas reflexiones dedicadas a los presupuestos, limitaciones y posibilidades de la traducción, el prólogo de Walter Benjamin a su traducción de Les fleurs du mal de Charles Baudelaire, titulado Die Aufgabe des Übersetzers (1923), a su vez traducido a al menos en siete versiones en castellano, a estas alturas se ha convertido en una referencia ineludible. En dicho texto confluyen el ineludible imperativo a traducir, la Aufgabe de la que no es posible escapar –menos dada nuestra ‘condición hispanoparlante’– con el ineluctable fracaso que siempre implica toda traducción y con la sugestiva tentación de abandonar [aufgeben] aquella tarea o misión [Aufgabe]. Al mismo tiempo, la traducción es siempre una Gabe, un entregarse a la dinámica y el curso propios de la traducción y una donación de la traducción a una comunidad lectora, y a una lengua.

Definitivamente de Derrida en adelante (Derrida, 1985; de Man, 2000; Hamacher, 2001), aunque no faltan los ‘antecedentes’ o indicios previos de esta discusión, la traducción ya no puede ser pensada como la transcripción mecánica de un texto desde una lengua hacia otra, no puede ser reducida a la representación ingenua y sobresimplificada de ésta mediante la imagen del pensamiento [Denkbild] del trasvase de ‘algo’ desde un contenedor hacia otro o mediante otras metáforas acuáticas. De hecho, estas mismas metáforas (ante todo la de las dos orillas) son debatidas –y, en algunos casos, refutadas– desde hace tiempo. En todo caso, estamos ante una historia larga, y no necesariamente continua, de metafóricas de la traducción, conocidas de sobra en la tradición occidental, es decir, ante una vastísima semántica de la traducción. El examen de dichas metáforas/metafóricas permite proponer una primera distinción a examen, concretamente, entre aquellas que se gestaron más en el núcleo de las autoridades académicas (sin hablar de las disciplinas y prácticas que ‘infectan’ los estudios filológicos, o, por el otro lado, las ciencias culturales y los estudios de género), así como las que –en consecuencia, o por fuerza– se sitúan al ‘margen’: posiciones y perspectivas nacidas con las poéticas, experiencias mencionadas en los prólogos a obras traducidas, etc. Esta distinción, lejos de establecer un ordenamiento definitivo y clausurado del campo, a su vez abre una retahíla de preguntas, entre ellas la relación entre traducción, escritura y autoría.

Mientras que la tradición, marcada por la recepción dominante de ciertos textos clásicos (de manera protagónica, el Crátilo de Platón) ha tendido a pensar la diversidad de las lenguas como un obstáculo que dificulta el acceso ya sea a la cosa, al referente o a la verdad, más recientemente ha sido reconocido el potencial que encierra dicha pluralidad. Es justamente aquella heterogeneidad y porosidad originaria constituyente de las lenguas, lo que ha inducido a Antoine Berman (1984) a hablar de la apertura hacia lo otro, la otredad o la extranjería de las lenguas.

En consecuencia, el medio en el que acontece la traducción, más que un sistema cerrado, es una estructura abierta e inconclusa, que permanentemente se (des)articula a través de su diferir. Si las lenguas solamente existen im Vollzug, carrying out, en exécution, si se modifican permanentemente en el nivel paradigmático, sintagmático y semántico, entonces, el traducir tiene que pensarse como un acontecimiento que se realiza en medio de entrelazamientos, bifurcaciones, cruces, desvíos, sobreposiciones y escisiones. Si las lenguas son ese interminable modificarse y abrirse hacia lo extranjero, si son ese devenir otro de sí, entonces, la traducción se convierte no solo en un proceso más que se inscribe en escenarios inestables y cambiantes, sino que se transforma en un operador de esa misma transformación. De ahí que la traducción incida transformadoramente en el mismo tejido lingüístico del que están hechos. De ser así, la traducción no sería meramente algo que transcurre entre lenguas, una suerte de bisagra, sino una operación arraigada en las lenguas que las transforma desde sus entrañas. La inestabilidad constatada a propósito de la traducción ilumina entonces la estructura quebradiza de las lenguas y la convierte en su principal activo.

De lo anterior se desprende: primero, que la traducción no es reducible a una transliteración irreflexiva que transcurre de manera automática sin contar con el respaldo de una teoría y/o poética del traducir, sino que es una operación compleja y sobredeterminada que participa del conjunto de gestos positivos del pensar como lo son el interpretar o el comprender. Segundo, la traducción no puede guiarse por el ideal de una traducción perfecta, es decir, que reproduzca sin pérdidas un texto original, sino que en tanto Übersetzung implica siempre una desfiguración [Entstellung] (Kohns, 2008) –en ocasiones, incluso una dislocación [Entsetzung] (Gasché, 1981; Hamacher, 2010)–, que opera tanto sobre la lengua de partida como sobre la lengua de llegada. El traducir encarna así una serie de desfiguraciones que, lejos de actuar sobre el original previamente constituido, son el requisito indispensable para poder hablar de cualquier constitución. Traducir es un trabajo sobre las formas, y un trabajo que revaloriza las formas desfiguradas o informes al no considerarlas fallidas y ver en ellas el rendimiento productivo de toda traducción. Tercero, el ajado dicho traduttore, traditore que a estas alturas ya es una archi-cita que en consecuencia se ha vuelto perfectamente prescindible, pues las poéticas de la traducción hoy en día van más bien por el lado de la contaminación, impureza, etc., encubre que la presunta traición (al texto, a la lengua, al ideal) es, en realidad, la cara visible del mecanismo de producción de significado que opera al interior de las lenguas y entre ellas. En la medida en que toda traducción supone siempre una relación con el fracaso [Versagen], una figura central de la Modernidad y, en tanto negarse algo, privarse de algo y desdecir [ver-sagen] está estrechamente asociado a la serie (freudiana, alusiva a la psicopatología de la vida cotidiana) Vergessen, Versprechen, Vergreifen –y también: Aberglaube und Irrtum– (Freud, 1904/1999), la traducción es una formación (de lo) inconsciente. Cuarto, el Übersetzen, más que un pasar de una orilla a otra, es un poner sobre, un trans-emplazar, un gesto que disloca [entsetzt] causando horror o espanto [Entsetzen] – aunque esto no nos debe hacer olvidar que también hay otro polo en la experiencia traduccional, que es la maravilla. Al hablar de lo dislocado, desemplazado y horrorizado [Ensetzte], se plantea, simultáneamente, la pregunta por la sublime [Erhabene] en –y más allá de– la experiencia (y también la experiencia de recepción) de la traducción literaria. Si la lengua es una estructura ensamblada sobre la base de ciertos mecanismos móviles que le otorgan su carácter fugaz y transitorio, entonces el traducir impacta en dichas lenguas produciendo efectos de dislocación, de desplazamiento de dichas articulaciones. Lo anterior exige, justamente, una flexibilización al momento de formular la misma exigencia de que quien traduce debería tener un fundamento de teoría de la traducción, y una movilización de dichas teorías. Esto obliga, entre otros, a intentar delimitar qué entendemos por teoría y traducción, respectivamente, ya que la teoría no sería tanto un fundamento –ni una razón ni un fondo o un suelo– sino, precisamente, una desfunda(menta)ción que pone al descubierto el abismo insondable sobre el que se mueve quien traduce y exhorta el valor de resistir esa falta de fundamento y de resistirse a todo encubrimiento o sutura de esta.

A partir de dichas líneas de fuerza se proyectan los ejes problemáticos a lo largo de los cuales se entretejen los aportes que configurarán el dossier resultante.

Sin ser excluyentes, se proponen las siguientes líneas:

Los límites de la traducción: la intraducibilidad como condición de posibilidad de la traducción.

Traducción y comprensión: hacia una hermenéutica traductiva.

Traducción intralingüística, interlingüística e intersemiótica.

Extranjerizar la lengua: traducción y hospitalidad.

El médium de la traducción: inmediatez y mediación.

Transliterar, traducir, transmitir.

Traducción de textos filosóficos.

Filosofías, poéticas y éticas de la traducción (en el siglo XXI).

Fecha límite de recepción de artículos: 15 de octubre de 2023.

Normas APA 6ª edición

Referencias

Benjamin, W. (1923/1980). Die Aufgabe des Übersetzers. Gesammelte Schriften, Tomo. IV.1

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Berman, A. (1984). L’Épreuve de l’étranger. Culture et traduction dans l’Allemagne

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Derrida, J. (1995). “La teología de la traducción”, El lenguaje y las instituciones filosóficas (pp. 111-132). Barcelona: Paidós.

Freud, S. (1904/1999). Zur Psychopathologie des Alltagslebens. Gesammelte Werke, tomo

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Hamacher, W. (2001). Intensive Sprachen, en Hart Nibbrig, C. L. (ed.). Übersetzen: Walter

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Beitrag von: Rike Bolte

Redaktion: Ursula Winter